Morena se apodera de la Suprema Corte: la justicia al servicio del poder
6/5/20252 min read


Ciudad de México.— Lo que parecía una advertencia hoy es una realidad: Morena ha tomado el control absoluto de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, imponiendo a los nueve perfiles que promovió mediante "acordeones" distribuidos de forma masiva en todo el país, como parte de una estrategia orquestada desde el poder para capturar al máximo órgano judicial del país.
Con apenas el 12.4% de participación ciudadana en este proceso, los nuevos ministros y ministras no llegan con legitimidad, sino con la sombra del control político. Entre los nombres destacan personajes abiertamente alineados con el oficialismo, como Lenia Batres, Yasmín Esquivel —implicada en un escándalo de plagio—, y María Estela Ríos, exconsejera jurídica del presidente Andrés Manuel López Obrador. No se trata de una representación plural, sino de una lista diseñada para consolidar la agenda de Morena desde el Poder Judicial.
Hugo Aguilar, el candidato más votado con apenas el 5.2% del padrón, se perfila como presidente de la Corte. Su cercanía con estructuras del gobierno federal y su escasa trayectoria en el ámbito judicial generan dudas sobre su independencia.
Esta elección, maquillada de ejercicio democrático, representa la culminación del proyecto autoritario de Morena, que ha buscado someter a las instituciones del país para garantizar impunidad, obediencia y sumisión total al Ejecutivo. La reforma judicial que tanto promueven no tiene como objetivo mejorar la justicia, sino convertir al Poder Judicial en una extensión del partido en el poder.
Lo que debería ser un espacio de contrapeso, de equilibrio, de defensa de la Constitución, se convierte así en un escenario más de obediencia al régimen. México pierde una Corte autónoma y gana una Corte partidista.
Con este paso, Morena deja claro que no cree en la división de poderes, y la ciudadanía lo sabe: el bajísimo nivel de participación refleja el hartazgo y la desconfianza de los mexicanos hacia un proceso que se percibe manipulado desde su origen.
La historia lo recordará: la justicia en México ha sido puesta al servicio de un partido, no del pueblo. Y eso, en cualquier democracia, es una señal de alarma.