Mariana Jiménez: la diputada que “chapulineó” obligada por sus jefes del PAN a Movimiento Ciudadano

Mariana Jiménez, diputada electa por el PAN en Tlaxcala, fue obligada a migrar a Movimiento Ciudadano por decisión de su coordinador, evidenciando cómo algunos legisladores son tratados como piezas de poder, sin autonomía para decidir.

9/19/20252 min read

En México, la política sigue regalando escenas que parecen salidas de una comedia de enredos, pero con consecuencias muy reales para quienes deberían ser legisladores libres. La historia de la diputada Mariana Jiménez, electa por el PAN en Tlaxcala, es un ejemplo claro de cómo la democracia puede verse convertida en un juego de poder donde la autonomía de los legisladores es prácticamente inexistente.

Mariana, una joven legisladora trabajadora y comprometida con su labor, se vio obligada a migrar a Movimiento Ciudadano porque su coordinador decidió cambiar de partido y “traer consigo” a todos aquellos legisladores que él había llevado al PAN. No fue por convicción política, ni por un acuerdo de conciencia: fue un mandato externo, una especie de chapulineo forzado, donde la libertad individual quedó subordinada a los intereses de un líder que buscaba consolidar su poder.

Lo que añade un matiz casi surrealista al caso es la forma en que Mariana se despidió de sus antiguos compañeros: recorrió oficina por oficina, tocando puertas, agradeciendo y explicando que no quería abandonar su partido original. Este acto, aunque amable, evidencia una verdad incómoda: en la política mexicana, los legisladores jóvenes pueden ser tratados como simples piezas de un tablero, donde sus decisiones, convicciones y derechos son sacrificados por la ambición de unos pocos.

El episodio genera sonrisas irónicas, pero también refleja un problema estructural grave: la alianza entre PAN y Movimiento Ciudadano no solo busca gobernabilidad o votos, sino control absoluto sobre las carreras políticas ajenas, subordinando la ética y la autonomía de los legisladores a estrategias internas. Mariana Jiménez, en su recorrido de despedida, se convierte en símbolo involuntario de esta realidad: una representante elegida por el pueblo, pero cuya libertad política fue eclipsada por la ambición y el control de un líder partidista.

Entre la ironía y la crítica, este caso deja una enseñanza clara: la política mexicana sigue permitiendo situaciones donde los legisladores no mandan sobre su destino, y donde la autonomía se sacrifica en nombre del poder, dejando a la ciudadanía frente a un espectáculo que combina comedia y tragedia al mismo tiempo.